En Renedo de la Cotera apenas sucedía nada desde el final de la Guerra, cuando el ejército detuvo a los dos hijos mayores de Modesto por desertores y un tribunal militar de Santander los condenó a muerte. Los zagales habían pasado en la montaña los tres años de la contienda al cuidado de su rebaño de vacas tudancas, buena excusa para sortear un conflicto que según su padre, que en gloria esté, ni les iba ni les venía, no les fuera a pasar lo que al difunto tío Servato, abatido en Filipinas a cuenta de una causa que ni mejoró sus prados ni multiplicó los animales de su humilde cuadra, pues a las reses no las paren y engordan las voces de mando ni la pólvora, sino el trabajo de sol a sol. En Renedo de la Cotera se decía que, algunas noches, los hijos de Modesto arribaban en la casa paterna para mudar de ropa y llevarse algo de alimento y abrigo, pues los inviernos son duros en la altura, aunque nadie les vio bajar de los prados que se cubren con lenguas de nieve, ni subir de nuevo a esas tierras de osos en las que, durante la seca, la hierba aún conserva el jugo de la primavera. Pero los hijos mayores de Modesto bajaban, al menos Modestín, pues por algún motivo a la Paloma comenzó a hinchársele el vientre.
Por lo bajo, que es como se cuenta lo incontable en las aldeas, los vecinos de Renedo de la Cotera aseguraban que fue la Cándida, una vez ganó el ejército de Franco, quien les había denunciado, y todo por despecho, ya que Modestín prefirió el seguro de los montes a hacerse cargo de la deshonra de la Paloma, que parió a Faustino el último día del mes de enero del treinta y ocho, envuelta por el calor de las vacas enmaromadas junto a los pesebres, que recibieron la nueva vida con una sonata de mugidos, profetizando desde su estúpida existencia de leche, rumia y boñiga el futuro musical del bebé. Mala hora para la venganza de la Cándida, ya que su hija vistió cinco años de riguroso luto en memoria de los ajusticiados y echó querencia a la vivienda de Modesto, en la que vivía Fabián, el hermano pequeño de Modestín, con el que al fin contrajo nupcias y de quien no tuvo hijos.
Por lo bajo, que es como se cuenta lo incontable en las aldeas, los vecinos de Renedo de la Cotera aseguraban que fue la Cándida, una vez ganó el ejército de Franco, quien les había denunciado, y todo por despecho, ya que Modestín prefirió el seguro de los montes a hacerse cargo de la deshonra de la Paloma, que parió a Faustino el último día del mes de enero del treinta y ocho, envuelta por el calor de las vacas enmaromadas junto a los pesebres, que recibieron la nueva vida con una sonata de mugidos, profetizando desde su estúpida existencia de leche, rumia y boñiga el futuro musical del bebé. Mala hora para la venganza de la Cándida, ya que su hija vistió cinco años de riguroso luto en memoria de los ajusticiados y echó querencia a la vivienda de Modesto, en la que vivía Fabián, el hermano pequeño de Modestín, con el que al fin contrajo nupcias y de quien no tuvo hijos.
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